Querido diario… páginas secretas que reescribieron la historia
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Querido diario… páginas secretas que reescribieron la historia
Descubrir que La Tierra era redonda, fijar las bases de la teoría de la evolución, inspeccionar nuevos territorios e incluso retratar el horror más absoluto. Todos estos acontecimientos históricos han trascendido a nuestra era gracias a un trabajo documental de autores que, día tras día, rellenaron de tinta páginas en blanco.
Un cuaderno, un bolígrafo y una fecha. Son los componentes al alcance de todos necesarios para escribir un diario, es decir, aquel “relato de lo que ha sucedido día por día” si atendemos a la definición que hace de él la Real Academia Española de la Lengua. Esta herramienta utilizada como guardián de los secretos más ocultos en la etapa de la infancia y la adolescencia ha sido también el refugio donde dejar impresos sentimientos o vivencias difícilmente exteriorizables. Construir con palabras ideas que residen en nuestra mente pero que nuestra lengua no se atreve a contar. De ahí nace esa relación indisoluble entre el diario y la intimidad, el secretismo y el misterio.
Aún así, no todos los diarios basan su escritura únicamente en los sentimientos. Junto a aquellos relatos “más personales”, esta consecución de páginas escritas ha servido de base al ser humano para relatar de forma precisa algunas de las principales gestas desarrolladas en el curso de la historia. Mediante el testimonio en primera persona de sus propios protagonistas, estas crónicas ofrecen una vivencia cien por cien veraz, eliminando la difusa barrera que en ocasiones separa la realidad de la ficción. Lo que leemos es lo que nos cuenta quien lo vivió y, por tanto, lo que, a sus ojos, sucedió. El lector se convierte en actor del relato al inmiscuirse en las aventuras experimentadas por el autor, pasando a compartir sus penas y disfrutar sus alegrías. Veamos algunos de estos diarios que han sobrevivido a siglos de historia:
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20 de septiembre de 1519. Sanlúcar de Barrameda (Cádiz, España). Una armada formada por cinco naos capitaneadas por Fernando de Magallanes parten por orden de Carlos I para descubrir una ruta de nueva especias ubicada bajo la demarcación castellana marcada tras el Tratado de Tordesillas, el cuál dividía el mundo entre los reinos de España y Portugal. Tras tres años de enfermedades, motines, encuentros con el nuevo mundo y todo tipo de penalidades, solo 18 hombres regresan al puerto de Sevilla en la primera circunnavegación al globo terráqueo.
Junto a los nombres de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, quién culminó la ruta cuando el explorador luso perdió la vida en la Isla de Mactán, hay otro quizás más desconocido: Antonio Pigafetta. Este noble veneciano se encargó de plasmar con tinta todas las vicisitudes encontradas durante la gesta náutica. Así describía las penurias que pasó la tripulación ante la falta de alimentos: “Durante 3 meses y 20 días no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcocho a puñados, aunque no se puede decir que lo fuera porque era polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines de ratas”.
Un escrito, conservado como un tesoro en la veneranda Biblioteca Ambrosiana de Milán, que ha trascendido cinco siglos y ha permitido conocer cómo fueron las jornadas diarias de aquellos que descubrieron, sin pretenderlo, que La Tierra era redonda.
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27 de diciembre de 1831. Puerto de Devonport (Inglaterra). El capitán FitzRoy lidera la tripulación del buque HMS Beagle, con el que Inglaterra pretendía aumentar los trabajos cartográficos en las costas de Sudamérica y detallar las dimensiones exactas del planeta. Un joven inglés de solo 22 años de edad es aceptado para documentar toda la expedición. Su nombre era Charles Darwin y su recopilación, condensada en un inmenso diario, le sirve de base para elaborar la Teoría de la Evolución Humana.
“Siempre he sentido que debí al viaje del Beagle la primera verdadera formación de mi mente. Fui estimulado a observar de cerca varias ramas de la historia natural y de este modo mejoró mi capacidad de observación”. De esta forma definió el naturalista lo que significó para él una expedición en la que anotó todo tipo de indicaciones sobre la geología, biología y antropología de las especies con la que se encontró a lo largo de cinco años.
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Polo Sur. Expedición Terra Nova. 1910. La expedición a la Antártida para alcanzar por primera vez el polo sur tiene nombre y apellido: Roald Amundsen. Este explorador noruego pisó por primera vez este territorio después de haber sido el primer hombre en navegar por el paso del Noroeste con el fin de conectar el océano Atlántico con el Pacífico.
A la sombra de Amundsen, un oficial de la Marina Real Británica, Robert Falcon Scott, compartió el encargo por conquistar esta tierra inhóspita de condiciones extremas junto a un equipo formado por cinco hombres. “¡Dios mío este lugar es horrible!”, desgranaba en su diario el explorador británico. Sus sensaciones, experiencias y su pesimismo por volver una vez alcanzaron la tierra prometida, un mes después que su homólogo noruego, se pueden leer hoy en su obra autobiográfica el ‘Diario del Polo Sur. El último viaje, 1911-1912’. De hecho, fue el último viaje de verdad. Ninguno de los cinco expedicionarios conseguiría sobrevivir al regreso, hecho que conocemos gracias al legado que escribió Scott hasta su último aliento.
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14 de junio de 1942. Ámsterdam. Escondida junto a su familia, otra familia judía y un dentista en la buhardilla de unos almacenas de la capital neerlandesa durante la ocupación nazi, una joven judía llamada Ana Frank escribe en una página “lo mejor será que empiece desde el primer momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de los regalos de cumpleaños”… Con estas primeras palabras, referidas a su diario, esta adolescente de trece años decide contar su historia para testimoniar el horror al que el nazismo somete a la población marcada con una estrella.
‘El diario de Ana Frank’ es sin duda, una de las obras más conocidas de la literatura universal con más de treinta y cinco millones de copias traducidas a setenta idiomas. El valor literario de estos relatos, escritos entre el 12 de junio de 1942 y el 1 de agosto de 1944, radica en hacer sentirse al lector, con la naturalidad propia de una adolescente, prisionero junto a la familia Frank. Una obra valiente de una niña que desafió al régimen del horror con solo el poder de la palabra.