Mi hermana Mar es muy emotiva y a menudo se expresa llorando. Vivimos juntos desde que, hace poco menos de un año, decidimos compartir gastos y mitigar nuestras soledades tras nuestros respectivos divorcios.

Mar es empresaria y se dedica, entre otras actividades ligadas a las tecnologías de la información, a crear y mantener páginas web, pero pienso que, si en lugar de Comunicación llega a estudiar Psicología, en la sala de espera de su consultorio no cabría un alfiler, tal es su capacidad para escrutar los recovecos del alma humana. Enseguida detecta envidias enterradas, egoísmos tapados, bondades ocultas y demás esqueletos escondidos en los armarios humanos.

Pero, como dice ella, la habilidad que muestra con su entorno social no se la aplica con igual fortuna a ella misma y en su corazón se aprecian bastantes muescas de relaciones fallidas, algunas de ellas por causas bastante predecibles, según confiesa con una sonrisa a medias entre la satisfacción por haber soltado lastre y un poso de tristeza por haber escogido mal sus parejas.

Hace unos cuantos meses le presenté a Raúl, mi mejor amigo; un viernes cenamos los tres y casi les da el amanecer en la cocina. Desde entonces, Raúl nos visitó con frecuencia y pronto empezaron a salir juntos. Raúl, que es un poco árabe en la expresión de sus emociones, grita que está loco por Mar y que le gustaría alquilar una casita en Capri y pasarse el día haciendo el amor frente al océano y mi hermana, que es más serena hablando que sintiendo, me cuenta que las webs de ambos son complementarias, pero que a la web conjunta aún le faltan ajustes.

Raúl es médico de familia y, en sus ratos libres, escribe poesías. Es hombre de pocos afectos, pero muy intensos y, como suele ocurrir con los poetas, de mente un poco torturada; a veces le da por pensar que no le quieren y ese cuarto de hora lo pasa fatal. Sabe que es muy sensible y como teme que le hieran porque guarda muy dentro algún trauma infantil, se ha ido acorazando hasta el punto de que quienes no le conocen bien le consideran un tipo duro.

La semana pasada, Mar me enseñó uno de los poemas que le ha compuesto Raúl:

Si fueras ciudad serías Venecia,

te pintarías de oro cada atardecer,

bañada de amores y risas profanas

que sueñan ufanas con su carnaval.

Si fueras pintura serías un Rothko;

Verde, rojo, azul y amarillo,

fiesta de colores para un ojo

deslumbrado sin remedio por su brillo.

Si fueras canción serías My way,

Reina de tu vida, dueña de tu sed,

de ciertos amores acaso dolida,

mirando de frente sin miedo a volver.

Pero no eres ciudad, pintura o canción,

Eres mujer de una pieza, sin costura,

Mereces ser querida con ternura,

respeto, cariño, amor y pasión.

Discutieron a cuenta del poema; sería más preciso afirmar que discutieron a través del poema. Cuando Raúl se lo leyó, Mar le besó largamente. Me gusta mucho, le dijo. Te gusta mucho qué, el poema o que te escriba poemas. Todo, contestó Mar haciendo un mohín a lo Carla Bruni. ¿No te parece un poco cursi? Los poemas de amor suelen ser un poco pastelones, para decirlo Raúl se retiró un poco. A mi me gusta, me parece muy romántico, Mar trataba de acercarse. Y a mí muy comprometido, fue la réplica de Raúl, lo que estoy. Mar: no más que yo. Raúl: no tanto como yo.

En ese momento, Mar confiesa que lloró y al contarlo le vuelven a saltar las lágrimas. ¿Qué tiene que hacer una para demostrar que está enamorada y que apuesta firmemente por una relación? se preguntaba. Llorar fue suficiente, le dije; me lo ha contado también Raúl y le impresionaste, le transmitiste mucha seguridad afectiva. Ya lo sé, me contestó, terminamos abrazados. Mar se rió; pasa del llanto a la risa con facilidad. Reír es su estado natural.

Qué complicadas son las relaciones humanas, pensé en ese momento, cómo necesitamos darnos y al mismo tiempo qué miedo tenemos a darnos, cómo necesitamos sentirnos queridos y qué inquietudes nos provoca recibir amor.