Sentimientos inefables y palabras imposibles: el arte de traducir
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Sentimientos inefables y palabras imposibles: el arte de traducir
“Anteayer”, “merienda”, “botellón” y otros retos imposibles de explicar hasta para Google Traductor.
Cuando tratamos de explicar el significado de una palabra a una persona que no habla nuestro idioma puede parecer que todas nuestras definiciones son inexactas o imprecisas. Así, encontrar la traducción idónea de palabras como “sobremesa”, “friolero” o “morriña” se presenta cuanto menos como una tarea hercúlea. Lo mismo ocurre con aquellas palabras de otros idiomas que designan realidades, situaciones o cosas que nunca antes habíamos tratado de sintetizar en una palabra castellana. Algunas terminamos adoptándolas, pues hablamos ya de la “saudade” portuguesa, mientras otras nos siguen sorprendiendo como “culaccino”, del italiano, definida como la marca que deja una bebida fría sobre la mesa o “komorebi”, del japonés, referida a los destellos de luz que se filtran a través de las hojas de los árboles.
Día de traductores e intérpretes
De ahí que la labor de traducir palabras y textos tenga un día reservado en el calendario. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 30 de septiembre el Día Internacional de la Traducción, coincidiendo con la festividad de San Jerónimo, traductor de la Biblia del hebreo y del griego al latín vulgar, y patrón de los traductores.
Por todo ello solemos decir que hay que ser poeta para traducir poesía, pues los traductores se enfrentan a menudo con realidades inefables en sus propias lenguas y que, en muchas ocasiones, traducen dando lugar a nuevas obras híbridas igual de extraordinarias. Así, el reconocido “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” pasa a ser “en la Mancha había un lugar, un lugar cuyo nombre no es preciso que mencione, a medias situado entre Aragón y Castilla”. Nada menos que el comienzo de la Historia del Caballero Encantado (1922), la primera traducción en mandarín del Don Quijote de la Mancha del español Miguel de Cervantes por el erudito Lin Shu (1852-1924), que tradujo (o interpretó) las aventuras del famoso hidalgo a través de fuentes orales y las versiones en inglés, pues él no hablaba ni pío de español ni de ninguna otra lengua latina.
Lenguas en peligro de extinción
De este modo, y desde hace siglos, traducimos las producciones culturales de las siete artes y contamos ahora con películas dobladas, series con subtítulos o traducciones literarias. Esta última es también el símbolo del éxito de venta de un autor. Una clasificación que encabeza Agatha Christie, con más de 7.000 traducciones, seguida por Julio Verne con más de 4.700 y William Shakespeare con poco más de 4.200, según el Index Translationum de la UNESCO, un listado de los autores más traducidos.
Frente a la divulgación de las traducciones de estas obras estrella está también la labor de almacenar aquellas historias que tan solo se encuentran en los recovecos de las fuentes orales, como es el caso de las culturas indígenas. De ahí que, hasta 2032, celebremos el Decenio de Internacional de las Lenguas Indígenas, pueblos que a pesar de solo representar el 5% de la población mundial hablan 6.000 de las 7.000 lenguas conocidas. De hecho, y según alerta la ONU, casi el 40% de estos idiomas están en peligro de extinción por la falta de hablantes. Algunas bajo la clasificación de “situación crítica” son la lengua ainu, hablada por las comunidades indígenas del norte de Japón; el tsakónico, hablado en una zona montañosa en la península del Peloponeso y considerado el descendiente de la lengua de los espartanos; o el hawaiano, en peligro de extinción a pesar de ser la lengua oficial del Estado junto con el inglés. Ante ello, la milenaria labor de traducir se impone todavía como el oficio capaz de crear un diálogo entre dos personas diferentes situadas en lugares remotos del mundo, que a veces logran conectar a través de una historia e incluso una simple palabra.