Caída libre
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Caída libre
El ascenso
Abro los ojos y descubro que me he despertado media hora antes de lo debido. Incrédula, ruedo y me estiro sobre la cama y me doy cuenta de que estoy totalmente despejada. Es extraño, normalmente duermo tan poco que me despierto con el segundo despertador, el de la alarma de emergencia de las películas. Sin embargo, hoy, me siento como nueva, con la sensación de haber descansado bien y de haber dormido las horas justas y necesarias. Tanto es así, que me levanto con ganas de un buen café y esta mañana, para variar, tengo tiempo de hacerlo. Saco la lata del café de la nevera y su aroma, tostado y seco, me invade mientras echo un par de cucharadas al filtro. Pongo la cafetera al fuego y rezo a los dioses italianos para que me salga un buen café. Al cabo de unos minutos empiezo a oír el gorgoteo que indica que pronto podré quemarme la lengua por intentar beberlo demasiado pronto. El olor a café se adueña de la cocina, y yo no puedo evitar cerrar los ojos del gusto. En lo que enfría el café voy preparándome el desayuno: huevos revueltos y tostadas. Me digo a mí misma que lo hago porque hoy necesito energía, pero lo comería siempre que tuviese tiempo de hacerlo. Unos minutos más tarde, con el café a medias y el estómago lleno, salgo a la terraza a terminarlo. Es una mañana de diciembre, fría y sin nubes, con el cielo azul, interminable, solo interrumpido por bandadas de pájaros que pasan de vez en cuando. Es el día perfecto para ir al monte, realmente he tenido mucha suerte. Miro el reloj, y me doy cuenta de que se me ha ido un poco la hora. Si no me apuro, llegaré tarde. Cojo el montón de ropa que me dejé preparada y comienzo a embutirme en capas, que sé que a lo largo del día irán disminuyendo o aumentando dependiendo de la hora y de lo dura que sea la subida. Cojo la mochila, el agua y la comida y salgo pitando al punto de encuentro, donde seguro que ya me estás esperando. Una vez ahí, después de una retahíla de quejas por tu parte, por “llegar siempre tarde y no avisar nunca” hacemos un chequeo rápido de todo lo que necesitamos y comenzamos a caminar, con paso ligero, por la falda de la montaña. Nos esperan tres horas de subida, así que tenemos que racionar la energía para poder con las partes más duras. Ni siquiera al principio de la ruta hay gran vegetación, pues ya estamos a una altura considerable. Solo tenemos que esquivar unos cuantos arbustos y zarzas que estorban en el camino, pero seguimos siempre la senda, marcada por los pasos de los miles de montañeros que ya han pasado antes, y por los jitos que nos indican de vez en cuando el buen sendero. Me planteo añadir una piedra más a esa montaña de rocas en equilibrio digna del mejor ingeniero, pero me contengo por miedo a cargarme lo que a mí me parece una maravilla de la arquitectura montañera. Avanzamos en silencio, solo interrumpido por el sonido de nuestra respiración y el pisar de las botas sobre la piedra verdosa.
Avanzamos en silencio, solo interrumpido por el sonido de nuestra respiración y el pisar de las botas sobre la piedra verdosa.
La caída
Abro los ojos de golpe. La luz de la farola de la calle ilumina tenuemente la habitación. Estoy tumbada en la cama, en pijama, totalmente seca y con el sonido infernal del despertador que no me deja ubicarme. Lo apago y me siento al borde de la cama, asimilando que todo lo que acabo de vivir ha sido solo un sueño. Que la montaña y el lago no existen. Que, aunque me sienta exhausta, no he pasado la mañana caminando, despreocupada, por el mero placer de notar el cuerpo en movimiento. Que aquella sensación de libertad ha sido solo eso, una sensación. Suspiro y me sacudo el sueño de la cabeza. En menos de una hora tendré que estar en ese espacio cochambroso sin ventanas y con luz horrible que mi jefe tiene la indecencia de llamar despacho. Rodeada de ruidos molestos, de gente más molesta aún, de papeles que se amontonan, de asuntos urgentes que no lo son realmente. Al cabo de unos minutos, no me queda más remedio que levantarme de la cama y enfrentarme a otro día igual, gris y monótono, con la única esperanza de que la noche llegue pronto y me pueda escapar otra vez a mi lago, contigo, y estar rodeada de vida, de luz y sentirme libre.
Marie Bulsa 9 months ago
después de subir la montaña, se siente uno muy ligero. muy bonita historia
Prince Of Panodyssey Alias Alexandre Leforestier 10 months ago
Génial !