Sonríe, es Navidad
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Sonríe, es Navidad
La Navidad es una época mágica, o al menos eso es lo que se anuncia por todas partes. Para mi es una época más, una época tortuosa en la que la obligación por ser feliz y mantener un espíritu positivo y familiar pueden llevarnos a lugares oscuros que ni siquiera todas las luces colgadas por las calles pueden iluminar. Esa frase no ha quedado muy navideña.
La Navidad es un castigo para aquellos que no saben hacer regalos, para los que no soportan las comidas familiares por no conseguir entrar en las expectativas, en lo que se espera de ellos, y para los que simplemente odian toda esa parafernalia.
En España se produce un fenómeno curioso durante estas fechas. En un país en el que, a pesar de su pasado, no hay un gran espíritu religioso, una buena parte de las casas y escaparates se llenan de belenes. Un belén, para aquel que no lo sepa, es una representación del día del nacimiento del niño Jesús, normalmente con figuras en miniatura. Es uno de los símbolos navideños que se pueden ver por todas partes, y es a mi parecer, un horror. Es un horror porque en una casa en la que la religión no se menciona durante ningún día del año de repente se sacan cajas y cajas llenas de figuras que representan pastores, ovejas, venteros, vacas, camellos, reyes, pozos, tiendecitas, jarrones y ángeles. Todo eso se mantiene durante casi u mes en un lugar visible del hogar, para que todas las visitas puedan verlo y lo alaben viendo lo mucho que esa familia se ha esforzado en ponerlo, y luego se recoge y se mete en las cajas de nuevo, y nadie vuelve a hablar del tema hasta que vuelven a sacarlos el próximo año. Esto solo es un ejemplo de cómo la Navidad es mucha fachada y poca sustancia.
Hay que admitir que puede ser una época bonita. La estética navideña es atractiva, solo hay que ver la cantidad de películas con ese tema que se consumen los 365 del año. El contraste entre el rojo y el verde, los abetos, las luces, la nieve (que a pesar de ser un fenómeno que no tiene nada que ver hemos conseguido asociar al “espíritu navideño”), los regalos, los mercadillos… Es bonito si pensamos en ello de una forma puramente superficial, son adornos. Eso es lo que menos me gusta de la Navidad, podría ser algo disfrutable si se admitiera que es todo ese perifollo lo que en realidad nos gusta de ella. Pero nos empeñamos en darle otro tinte. Queremos fingir que es algo más, que hay algo detrás, que mágicamente conseguirá que las familias dejen de lado todas sus diferencias y se sienten juntos a disfrutar de una buena cena, aunque en la mayoría de estas reuniones siempre se acaba discutiendo y alguien se siente mal por ello.
Podría decir que mi momento favorito de la Navidad es cuando se acaba, pero eso es algo predecible dada mi anterior perorata sobre por qué no me gusta. No lo es. Mi momento favorito de la Navidad es cuando me voy a la cama en esos días entre el 24 de diciembre y el 1 de enero y pienso en lo raras que son esas fechas. Parece una semana en la que nada y todo ocurre al mismo tiempo. Yo la dedico a caminar por las calles, muriendome de frío, mirando luces, entrando y saliendo de tiendas, patinando sobre hielo, escuchando la misma musiquita pegadiza sin parar, nada más. Son 6 días entre una cena familiar y otra, entre la Navidad y el Año Nuevo, entre una gran fiesta y otra, días sin nada, pero que pretenden llenarse de algo. Una semana en la que hay que aparentar ser feliz a toda costa, no vaya a ser que le chafes las fiestas a alguien, suena un poco distópico si me lo preguntan. Por eso mi momento favorito es cuando al fin estoy sola, en la oscuridad, metida en la cama y puedo finalmente cerrar los ojos y no ver el verde y el rojo, no escuchar el repiqueteo constante de los cascabeles en los villancicos, ni oír la típica frase "sonríe, es Navidad".