Nuestro tiempo compartido duró tan sólo un año, tiempo que quedó congelado entre las pupilas del olvido. Me esfuerzo por recordar bellos instantes a tu lado, sé que los hubo, pero la barrera del rencor me impide su acceso. Bien pensado ¿sirve de algo? sólo son recuerdos. Nada de lo vivido regresará, ni siquiera en mi memoria... "Vamos, esfuérzate", me exijo internamente y el esfuerzo me sitúa de nuevo en el momento en que recogí tu carta con la palabra "abandono".

Vuelvo a esforzarme. Una tenue imagen acerca tus labios a los míos. Ese insignificante roce despierta un cosquilleo en mi piel... el rencor surge de nuevo formando un escudo en mi pecho, grabando con sangre una insignia: "nunca más volveré a amar". 

Esperanza: el amor fluye en cada uno de nosotros. Nos empuja a compartirlo, salvo cuando estamos heridos.  

Sólo si atravieso la barrera del rencor será posible. El recuerdo del abandono ofrece al miedo irracional una falsa protección impidiendo descubrir y disfrutar a quienes ya están en nuestras vidas. Rompiendo lazos de unión emocionales tan necesarios para crecer. Limitando el disfrute de lo que ya tenemos y empujándonos a un futuro efímero y desolado.

¿Llegaremos a esta conclusión algún día?